miércoles, 21 de marzo de 2012

La Vida contemplativa es una llamada al amor por el amor en sí mismo



Identificar mi alma con todos los sentimientos de vuestra alma, sumergirme en Vos, ser invadida por Vos, ser sustituida por Vos para que mi vida sea solamente una irradiación de vuestra Vida.
Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

(Bta. Isabel de la Trinidad )



 Siempre que hemos de dar testimonio de nuestra vida oculta en el claustro nos quedamos con la impresión, después de mucho hablar, de que no acaba una de decir lo que siente y vive... Es en verdad muy difícil comunicar a un mundo tan acelerado y tecnificado como el de hoy, el sentido y la hondura de esta vida...

La VIDA CONTEMPLATIVA es una llamada al AMOR por el AMOR en Sí mismo. Dice Santa Teresa de Lisieux: "En el Corazón de mi Madre, la Iglesia, yo seré el AMOR". Exactamente eso somos las contemplativas: formamos el Corazón de la Iglesia, y desde él impulsamos todas las demás vocaciones que el Espíritu Santo suscita en el Cuerpo Místico. ¡Es precioso! Nosotras no sabemos, porque no se ve, dónde o en quién recae el fruto de nuestra oración, pero sabemos que nada de cuanto vivimos, sufrimos, gozamos y ofrecemos se pierde. Dios lo recoge todo y va dando a cada uno lo que necesita; dicho de otro modo: en el Corazón de Dios se van almacenando nuestras vidas hechas oración, y allí se transforman en Gracia que ÉL va derramando según convenga.

Existe otra faceta de la Vida Contemplativa más desconocida -si cabe- que la anterior de oración-intercesión, que es la de la ADORACIÓN, la del holocausto. Parece que suena a dramático dicho así, sin más explicaciones, pero es quizás la sublimación más alta a que se puede llevar el Amor, la Filiación divina, la Alabanza… ¡¡¡Adorar...!!! Y eso... ¿en qué consiste? Consiste -sobre todo- en cantar, alabar, proclamar su Gloria... ¡¡Adorar...!! ¡Cuántas resonancias y ecos inefables suscita esa palabra en un alma verdaderamente enamorada del Dios-Amor...!

Siempre el supremo y más alto acto de adoración ha sido el holocausto. En los tiempos del Antiguo Testamento había dos modos de ofrecer dones a Dios: sacrificios y holocaustos. En el sacrificio se inmolaba una víctima, una res generalmente; se le ofrecía a Dios, pero su carne la aprovechaban después los sacerdotes. En los holocaustos, sin embargo, una vez ofrecida la res, se quemaba por completo y no se podía aprovechar nada del animal. Esta "inutilidad" es la expresión más alta de adoración, porque da a entender que Dios es tan grande que merece que se le dediquen los mejores regalos sin otra utilidad que la de dárselo, que la de brindarle lo que ya es suyo. Justamente por eso nuestra vida contemplativa consagrada a Dios en el silencio, en el anonimato, en la ausencia de motivaciones y recompensas o frutos materiales, y alimentada única y sustancialmente de la fe y la esperanza en el Amor de Dios, es un acto contínuo de adoración, pues patentiza la Supremacía de Dios, la total validez de su Amor como Valor Absoluto que llena de plenitud, realiza y da sentido a una vida humana que se le entrega por completo.

La presencia de la Vida Contemplativa en la Iglesia, constituyendo el Corazón del Cuerpo Místico, quiere dejar claro ante todos los hombres que Dios es tan grande, tan inmenso, que vale la pena entregarle la vida que ÉL nos regaló primero para que se consuma, sin ningún otro provecho, en su honor, en total abandono y desprendimiento, por pura adoración, por puro amor al Amor, sin buscar más motivos: es DIOS y eso basta.

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